lunes, 24 de mayo de 2010

Luchar por amor.


Las historias realmente románticas son siempre aquéllas en las que todo resulta perfecto. En cambio, en la vida real, suceden muchas cosas que no son precisamente perfectas. Y creo que el verdadero romanticismo, el amor real, consiste en estar ahí para luchar contra todos los problemas que pueden surgir.
Javier y yo tuvimos uno de esos principio de película romántica. Los dos habíamos vivido algunas relaciones que no habían llegado a buen puerto y cuando nos conocimos, supimos que habíamos encontrado a la persona con la que queríamos caminar por la vida. Pero no todos los caminos son de rosas.
Al principio, vivimos una etapa muy divertida. Salíamos mucho y cometíamos algunos excesos con el alcohol y con otras sustancias. Para mi aquello fue una etapa que pasó rápida. Al final no soportaba ya las resacas ni el sentimiento de culpa que aquellas noches me producían. Dejaron de ser divertidas y para mí se acabaron. Javier las alargó un poco más, justo hasta que ya no pudimos hacerlo por más tiempo. La razón fue la más bonita de todas: yo me quedé embarazada.
Justo cuando estaba de dos meses, tuvimos un gran revés: Javier perdió su trabajo. Aquello era un desastre, pues tal y como vamos todos de apurados, no teníamos ahorros. Javier tenía mucha ansiedad, porque él no sabe estar quieto. Pero no había forma de que encontrara otro trabajo. Yo hacía todas las horas extra que podía, pensando que necesitaba conseguir el máximo de dinero para cuando nuestro hijo naciera.
Entonces, Javier encontró un trabajo de noche en una discoteca. A mí no me hacía mucha gracia, pensaba que cuando naciera el niño, todo iba a complicarse aún más. De hecho, teníamos horarios incompatibles y, en ocasiones, llegué a sentirme muy sola con mi embarazo. Necesitaba, más que nunca, sentir su cercanía. Pero estaba claro que lo primero era lo primero y si ése era el único trabajo que había encontrado, nada se podía hacer.
Javier cada vez venía más tarde a casa. Yo sabía que como mucho a las cuatro y pico cerraban el bar en el que trabajaba. Pero él no aparecía antes de las seis.
Un día no volvió y me preocupé muchísimo. Llamé, incluso, a los hospitales de mi ciudad para saber si le había ocurrido algo. Pero no. Simplemente se había liado con sus amigos. Ese día me planté y le dije que tenía que ser consciente de que íbamos a ser padres y que ésa era una responsabilidad que debíamos compartir los dos.

Una adición
Cuando nació el niño, Javier estaba realmente raro. Era como si se hubiera convertido en otra persona y me costaba mucho reconocer al hombre al que yo amaba bajo aquel nuevo envoltorio. Las cosas no iban bien entre nosotros y al final le dije que no podía más, que quería saber si había otra mujer. Él se puso a llorar y me dijo que lo que ocurría era que se había enganchado a la cocaína. No sabía qué hacer para poder salir de aquella adicción y sentía que solo no podía salir. Sabía que era el peor momento de todos, pero necesitaba poder superar su adicción para no tirar su vida por la borda.
En ese momento se te pasan muchas cosas por la cabeza, porque tú también estás pasando un momento duro y en vez de tener al lado a alguien que te eche una mano, te encuentras a una pareja a la que tienes que ayudar. Ahí tuve claro que no hay rosas sin espinas y que a veces se tiene que luchar por mantener el amor. Encontré un especialista e inició un tratamiento. Tuvo que dejar el trabajo y nos tuvimos que ir a vivir a casa de mis padres. Pero las incomodidades no me importaban, lo que quería era que él saliera adelante. Y luché por él. Él también lo hizo y sé que le costó mucho, pero nunca dejó de pensar que era la única manera de poder esta bien conmigo y con su hijo.
De todo eso hace ahora más de dos años y somos profundamente felices, aunque los dos sabemos que esas felicidad no nos ha caído del cielo, sino que hemos tenido que pasar por muchas cosas para poder alcanzarla. Pero no me arrepiento de nada y volvería a dejarme los cuernos por sacar adelante la relación que tengo con Javier.

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