jueves, 27 de mayo de 2010

Fantasías y pasión.


Su propuesta era clara. Nos llevábamos bien, éramos amigos, había morbo, ¿por qué no probábamos a ser amantes? Conservando todo los bueno que teníamos, sin poner en peligro nuestra amistad, sin falsas promesas. Me lo dijo un día en el que salimos todos los de la empresa. Estábamos bailando y me lo susurró al oído. Noté un escalofrío recorriendo mi cuerpo. Me apetecía. Le deseaba. Me gustaba esa seguridad con la que me hacía aquella propuesta. Y le di la respuesta: sí. Yo tampoco tenía ganas de iniciar una relación. Trabajábamos juntos y podría ser complicado. En cambio, me moría de ganas de acostarme con él. Cuando le di la respuesta, me siguió susurrando al oído: “quiero hacer realidad todas tus fantasías. Quiero que no tengas vergüenza de nada. Me apetece que experimentemos juntos, que vayamos más allá de lo que se considera normal. Sé que tú eres la única mujer con la que puedo hacer algo así”.


En ese momento sentí la electricidad fluyendo a través de mi cuerpo y un calambre de deseo que me hubiera llevado a cometer cualquier locura. Le hubiera desnudado allí mismo, delante de todos nuestros compañeros de trabajo. Por suerte, fue un pensamiento que pasó rápido y fue sustituido por la necesidad de buscar una excusa para que los dos nos fuéramos de allí lo antes posible.


MIS FANTASÍAS MÁS OCULTAS.


Fuimos a su casa. Me dijo que le gustaría que quedáramos siempre el mismo día de la semana, como si fuera un ritual. Acordamos que sería el viernes por la tarde, porque ese día la jornada de trabajo acababa a las tres.


Era extraño, porque mi piel estaba incendiada, pero hablábamos de eso como si fuera lo más normal del mundo, como quien habla de que mañana se irá de excursión. Aquella situación nos daba mucho morbo a los dos. De repente, se me acercó, me cogió la cara y me besó apasionadamente. De repente se apartó. Me dijo que no me moviera y se puso detrás de mí. Sentí que me tapaba los ojos con un pañuelo muy fino, mientras me decía al oído:


-No quiero que veas, sólo quiero que sientas.


Me cogió en brazos y me llevó a la cama, mientras no dejaba de besarme. Me estiró y me ató a la cabecera de la cama. Era extraño y excitante. Recorrió mi cuerpo con su hábil boca durante mucho tiempo. Después llegó a mi sexo. Lo hacía tan bien que enseguida estuve a punto de llegar. Pero entonces paró. Yo había oído cómo se ponía el preservativo y entonces entró de golpe en mí. Sentí que me partía en dos y me morí de placer. Empezamos a movernos salvajemente. El mordisqueaba mi pecho y yo me moría de placer. Cuando acabó, volvió a probar mi sexo con su boca y volví a tener otra explosión. Entonces me desató y me quitó la venda de los ojos. Yo seguía excitadísima y me fui directamente a su pene. Lo deseaba como nunca me había pasado. Él se estremecía de placer hasta que volvió a tener otro orgasmo.


Acabamos mirándonos como si no nos creyéramos lo que nos había sucedido. Él me sonrió y me dijo: “Esto promete. ¿Y si quedamos dos días a la semana?”. Yo sonreí y le contesté: “Te estás tomando muchas confianzas para ser un amante”. Los dos nos pusimos a reír.


A partir de ese día empezó nuestro viaje conjunto hacía los territorios ocultos del sexo. Al cabo de dos semanas, estábamos en un sex-shop, comprando aparatitos para nuestros viernes por la tarde. Habíamos cobrado la paga extra y él me regaló un montón de cosas, la mayoría de ellas ideadas para mi placer. Sólo entrar en el sex-shop con él y mirar las cosas que había e imaginar lo que haríamos con ellas, me dio mucho morbo.


Recuerdo que después fuimos a su casa y probamos un vibrador para el clítoris y un preservativo estriado. Fue una pasada. Hasta el momento, siempre que me había acostado con alguien había pensado que se acababa cuando los dos llegábamos al orgasmo. Pero con él continuábamos más allá y era una pasada.


Nos pasamos medio año jugando con la pasión, con la imaginación y con el deseo. Nunca he sido tan libre ni me he sentido tan a gusto con mi cuerpo. Pero desde el principio supimos que aquello no era para siempre. Y un día, de la misma forma en la que empezó, acabó. Hemos conservado una buena amistad, aunque a veces seguimos mirándonos con deseo.

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